lunes, 27 de enero de 2014

Herederos por la promesa… “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:29) ¿De qué somos herederos, al ser descendientes de Abraham? Evidentemente, de la promesa hecha a Abraham. Pero si somos de Cristo, somos herederos con él; ya que los que tienen el Espíritu son de Cristo (Rom. 8:9), y los que tienen el Espíritu son herederos de Dios y coherederos juntamente con Cristo. Así, ser coheredero con Cristo es ser heredero de Abraham. “Herederos según la promesa”. ¿Qué promesa? La promesa hecha a Abraham, desde luego. ¿Cuál fue esa promesa? Leamos la respuesta en (Romanos 4:13) Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe.
“La promesa de que sería heredero del mundo, fue dada a Abraham y a su descendencia no por la ley sino por la justicia de la fe”. Por lo tanto, los que son de Cristo son herederos del mundo. Lo hemos podido comprobar ya previamente a partir de muchos textos, pero ahora lo vemos en definida relación con la promesa hecha a Abraham. Hemos considerado también que la herencia ha de ser otorgada en la venida del Señor, ya que es al venir en su gloria cuando dirá a los justos: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34). El mundo fue creado para ser la habitación del hombre, y le fue dado a él. Pero ese dominio se perdió. Es cierto que el hombre vive hoy en la tierra, pero no está gozando de la herencia que Dios le dio originalmente. Esta consistía en la posesión de una creación perfecta, por parte de seres perfectos. Pero hoy ni siquiera la posee, puesto que “Generación va y generación viene, pero la tierra siempre permanece” (Ecl. 1:4). Mientras que la tierra permanece para siempre, “Nuestros días sobre la tierra, son cual sombra que no dura” (1 Crón. 29:15).
Nadie posee realmente nada de este mundo. Los hombres luchan y se esfuerzan por amasar riqueza, y entonces “dejan a otros sus riquezas” (Sal. 49:10). Pero Dios hace todas sus obras según el consejo de su voluntad; ni uno sólo de sus propósitos dejará de cumplirse; y así, tan pronto como el hombre pecó y perdió su herencia, se prometió la restauración mediante Cristo, en estas palabras: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gén. 3:15). En esas palabras se predijo la destrucción de Satanás y toda su obra. Se predijo la “salvación tan grande” que había sido “Anunciada primeramente por el Señor” (Heb. 2:3). De esa forma, “El señorío primero” (Miq. 4:8), “el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo (serán) dados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios lo servirán y obedecerán” (Dan. 7:27). Esa será una posesión real, puesto que será eterna a contar de la segunda venida Jesucristo.