lunes, 3 de marzo de 2014

Dios pelea por nosotros.

Como es de esperar, ahora el diablo no cejará en sus esfuerzos por conquistar otro templo: nuestra alma.
Ahora nosotros somos la razón principal del gran conflicto entre Dios y Satanás. Como el enemigo ya sabe que no podrá ocupar el lugar de Dios en el santuario celestial, se ha ofuscado en ser el dios de nuestras vidas, el dios de este siglo. Como tal tratará de evitar por todos los medios que rindamos nuestra adoración al Dios que ha creado todo cuanto existe. Lamentablemente, en muchas cosas, lo ha logrado. El príncipe es un demonio con mucha experiencia, la clave que todo tentador debe saber es que los humanos son «esclavos de lo ordinario. ¿Será cierto lo que dice tal declaración? Bueno, fíjese que nosotros somos esclavos de cosas tan comunes y pasajeras como la comida, Internet, los deportes, la música, los videojuegos o la moda, televisión, del dinero, y de todo vicio como el alcohol, sexo, drogas, etc.
Estos ejemplos son de este tipo de esclavitud con consecuencia favorable para el tentador, al esclavo se olvida Dios. El esclavo se convierte en ateo. Un ateo comenzó a leer un libro que presentaba pruebas irrefutables de la existencia de Dios y empezó a dudar de su ateísmo. Al ver esto el experimentado demonio trazó un plan para impedir que su súbdito quedara convencido por los contundentes argumentos de aquella obra. La estrategia que utilizó para quitar el libro de la mano y de la mente del ateo fue inducirlo a comer en ese preciso momento, y gracias a la comida el hombre siguió atrapado en las garras demo¬níacas. El ateo era esclavo de sus hábitos alimentarios. ¿No le recuerda esto a la experiencia de Esaú, que cambió la bendición de Dios por un plato de comida? (ver Génesis 25:31 al 33).
¿Y usted? ¿Acaso también es esclavo de algo tan común como un plato de comida? Satanás no planificará nuestra destrucción enviándonos una legión de demonios apes¬tando a azufre. Su plan es sencillo: mantenernos atados a los ídolos ordinarios que nuestro propio corazón ha manufacturado (ver Ezequiel 14:3 y 4). Juan Calvino, uno de los padres de la Reforma conjuntamente con Lutero, dijo: Que el corazón humano es una fábrica de ídolos. Si, por alguna razón, hemos caído en los lazos del maligno, nos conviene poner en práctica el consejo de apóstol Juan: (1° Juan 5:21). Queridos hijos, guardaos (apártense) de los ídolos. El apóstol Pedro nos dice (1° Pedro 2:5). Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.
Hemos de consagrar todas nuestras fuerzas para que lleguemos a ser una casa espiritual en la que habite nuestro Señor. La hermana Elena White nos dice: Satanás peleará a fin de establecer su dominio sobre nosotros, pero no olvidemos que el hombre es incapaz de salvarse a sí mismo. El Hijo de Dios pelea las batallas en favor de el, y nos coloca en un terreno ventajoso al concedernos sus atributos divinos. Y cuando el ser humano acepta la justicia de Cristo, es hecho participante de la naturaleza divina (Exaltad a Jesús, p. 146). Yo quiero que Jesús sea quien pelee en mi favor por el santuario de mi vida y me conceda sus atributos divinos. Reconozco que yo no tendría fuerzas para hacerlo por mí mismo. ¿Y usted? Dejara que Jesús pelee esta batalla a su favor… Oremos porque ya somos vencedores no los rindamos a las tentaciones… QDLB.