jueves, 20 de marzo de 2014

Creación y redención...

“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1-14).
“En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:16 y 17).
Prestemos atención más detallada al último texto, y veamos cómo se encuentran en Cristo tanto la creación como la redención. En los versículos 13 y 14 leemos que Dios “nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. Y después de un paréntesis en el que se subraya la identidad de Cristo, el apóstol nos dice de qué forma tenemos redención por su sangre.
Esta es la razón: “porque en él fueron creadas todas las cosas... y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. Por lo tanto, la predicación del evangelio eterno es la predicación de Cristo, el poder creador de Dios, único a través de quien viene la salvación. Y el poder por el que Cristo salva a los hombres del pecado es el poder por el que creó los mundos. Tenemos redención por medio de su sangre; la predicación de la cruz es la predicación del poder de Dios; y el poder de Dios es el poder que crea; por lo tanto, la cruz de Cristo lleva en ella misma el poder creador.
Ese poder es suficiente para todos. No es sorprendente que el apóstol exclamara: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál. 6:14).