jueves, 3 de abril de 2014
Señales del fin…
En Lucas 21:27 leemos: "Entonces verán al Hijo del hombre que vendrá en una nube con poder y gran gloria".
Jesús acababa de describir a sus atónitos oyentes lo que caracterizaría los días inmediatamente anteriores a su venida: "los hombres quedarán sin aliento por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra"
(Lucas 21: 26 y 26). Leemos: Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas;
Desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.
MAREMOTO EN CHILE...
Ahora estamos en ese punto de la historia. Temor, expectación y angustia. ¿Hay algunos que aun no creen en las señales? Pero el auténtico temor que subyace por encima de la superficie de lo consciente es el de ser "abandonado" por Dios, el de perderse, la esencia del "infierno", aquello a lo que se refiere la Biblia como "la maldición de la ley" (Gál. 3:13). Cristo nos libró de ella "haciéndose maldición por nosotros".
Es nuestro problema común y universal. Pero, como Hijo de Dios, Cristo sufrió y conquistó ese mismo temor, librándonos de él "(pues está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero.’)" Pablo citaba ahí a Moisés, quien afirmó que todo el que moría colgado de un madero, era maldito de Dios (Deut. 21:23). Jesús, el ser más puro e incontaminado, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21).
Su sufrimiento en la cruz fue mucho más que un mero padecimiento físico. En la más absoluta realidad, el Hijo de Dios, divino pero viviendo como hombre, sintió el horror último: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?" Es la razón por la que Pedro afirma que tuvo que ir hasta el infierno, para poder salvarnos (Hech. 2:31). No cabía mayor tormento del alma. Sufrió al 100 % la "paga del pecado", que es la muerte (Rom. 6:23), la muerte real y auténtica.
La fe lleva implícita una identificación del corazón con él ("con Cristo estoy juntamente crucificado", Gál. 2:20). Entramos en una unidad corporativa con él por la fe. Sus preocupaciones vienen a ser las nuestras, y participamos de su experiencia. Se desarrolla en nosotros la mente de Cristo (Fil. 2:5). Recibimos así la reconciliación (Rom. 5:11).
La misteriosa luna de miel descrita en Lucas 12:36 y 37 nos invita a esperar a nuestro Señor cuando vuelva de las bodas, pero leemos más adelante que "han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado" (Apoc. 19:7). Seres humanos pecaminosos aprenden a creer, aprenden a vencer como Cristo venció (Apoc. 3:21). Se identifican con él, tal como la esposa llena de amor y aprecio hacia su esposo se identifica con él; los corazones de ambos vienen a ser hechos "uno". Entonces, "el perfecto amor [ágape] echa fuera el temor" (1 Juan 4:18). En Amós 4:12 leemos: "prepárate, Israel, para venir al encuentro de tu Dios". Si Cristo no habitara aún por la fe en tu corazón, no sigas impidiéndole la entrada.
Él pagó el precio de todos tus pecados, y está deseoso de que lo aceptes como tu Salvador y Señor.
Maranatha…
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